Actualmente las cadenas de televisión ya no apuestan por cine antiguo (entendiéndose por tal, para estas, aquel realizado antes de 1990) lo que es una verdadera pena. El visionado de todas estas producciones permitian ir elaborando un criterio cinematográfico propio de cierta solvencia. Personalmente me enerva mucho comprobar cómo las nuevas generaciones establecen como joyas del 7º ARTE (con mayúsculas, que a veces nos olvidamos de que lo es), películas cuya principal virtud es el número de explosiones o de efectos especiales presentes. También es curioso como un libro como “El Quijote”, “El Lazarillo de Tormes” o “Fuenteovejuna” siempre tendrá un público fijo (aunque cada vez se lea menos) mientras que el cine mudo o, simplemente, en blanco y negro, es apreciado por un número cada vez más reducido de personas. Quizás va siendo hora que, tanto desde las Administraciones como desde las cadenas de televisión, exista un mayor interés por fomentarlo, rescatarlo y difundirlo.
Todo esto viene a cuento por la crítica de la película de hoy ya que el cine de principios del siglo XX es cada vez más desconocido por la gente. Esto es una pena ya que nos encontramos con verdaderas joyas del cine como la comentada.
Se suele conocer esta producción como “El Frankenstein de Edison” por ser este su productor. Es una película de un solo rollo y con una duración muy reducida (12 minutos la que vi y enlacé yo, aunque tanto en imdb como en la Wikipedia hablan de una versión de 16 minutos). Lógicamente, al tratarse de una obra de 1910, es muda.
La historia de Frankenstein no creo que haga mucha falta contarla ya que todo el mundo la conoce. El doctor Frankenstein (Augustus Phillips) tras pasar dos años fuera completando sus estudios, regresa a su hogar y a los brazos de su novia (Mary Fuller). Durante ese tiempo había descubierto el modo de crear nueva vida (no, no es lo que estáis pensando) mediante pocimas secretas. Así, en un laboratorio llevó a cabo un experimento creando un ser que, en un momento de maldad, hizo deforme (Charles Ogle). Ese monstruo que, en un principio había huido, decidirá seguir al doctor a su hogar, donde será vencido gracias a la fuerza del amor.
La verdad es que es una de las mejores versiones de Frankenstein que he podido ver. El ser es completamente diferente al que puso de moda posteriormente “El Doctor Frankenstein” de James Wale (ni mejor ni peor, sólo diferente) y la verdad es que, para la época de la que estamos hablando, impresiona. Es jorobado, con melena revuelta así como grandes manos y pies. Para colmo viste una especie de taparrabos a lo “Tarzán” (producción que comentaré en otro momento).
Llama la atención que es el único (que yo sepa) que es creado mediante el proceso de llenar un caldero de productos químicos. El efecto de la formación es verdaderamente simple y destacable por lo rudimentario de los efectos especiales. En verdad lo que hicieron fue quemar un muñeco dentro de un caldero y después, montar lo grabado al revés (que se aprecia en el humo que baja en vez de subir). Me imagino lo impresionante que debió de ser en aquella época ver este tipo de ilusiones.
La interpretación de los actores principales es totalmente histriónica, como no podía ser de otra manera en los albores del cine que además se apoyaba totalmente en el teatro (decorados, actores,...). Quizás la menos exagerada (curiosamente) sea la de Charles Ogle que se mueve por los decorados a la manera de un simio, lo que le da una gran intensidad a su representación.
Los decorados son los propios de una obra de teatro y, aunque se reducen a 4 localizaciones, están bastante conseguidos. Es interesante el uso que se hace, en la habitación del doctor, de un espejo de cuerpo entero y que permite tener un mayor campo de visión de la habitación.
Llama la atención una escena final en la que se encuentran frente a frente, doctor y monstruo, en distintos lados del espejo quizás indicando el carácter maligno de Frankenstein. Esta maldad del personaje estaría más marcada en el ciclo que la Hammer le dedicó bastantes años después.
“Frankenstein” es una gran película que pese a su reducida duración, y a las libertades de contenido tomadas, logra mantener la esencia de la célebre obra de Mary Shelley. Totalmente recomendable tanto como documento histórico de la historia del cine como por lo interesante de la adaptación.
NOTA FINAL: 9